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viernes, 11 de noviembre de 2011

La muerte del agua -Enrique Anderson Imbert



El calor había venido rodando por los caminos de polvo y de sol y ya estaba junto a los hombres, dominando la siesta. Al menor ademán tropezábamos con su pulpa, pues él estaba echado largo a largo y en todas partes. (¡Esa impudicia de sus carnes fofas!) De poder lo habríamos asesinado con veinte mil puñales de hielo para que luego las nubes llevaran su cadáver por los aires y lo tirasen al mar. Pero no podíamos. Lo mejor era esperar a que descansase y se fuera en paz.
Eso hacía yo, aguantándome en un rincón del patio y tan quieto como las tinas y los helechos. Sólo yo estaba allí, y el patio existía porque yo lo miraba. Los demás huéspedes habían huido a sus celdas o al vestíbulo umbroso, olvidados de esta parte del hotel a la que i atención impedía deshacerse en la nada. El patio dorado y humeante como una fragua, me agradecía que no lo ignorase.
Tupidas enredaderas gateaban por las paredes y se detenían en deleitosas cuencas de frescura. Las macetas –coloradas- eran lámparas que borbotaban continuamente hojas y hojas de luz verde oscura. Pero esas sombras vegetales no alcanzaban a ensombrecer la radiante reverberación del sol.
Todo el paisaje en llamas se hizo más vivo –como si alguien lo hubiera soplado- cuando apareció por el otro extremo el mozo del hotel. El patio se encendió aún más bajo el reflector de los nuevos ojos: ¡muros y mosaicos vivían no solamente en mi conciencia, sino en la de otro hombre; eran, pues, verosímiles, no espectros de ensueño!
El mozo venía con las piernas desnudas y derritiéndose en sudor. Sus pies corrían una carrerita sobre invisibles ascuas y todo su cuerpo se le agobiaba por el peso de un balde repleto de agua. Yo, que había estado pensando en risas de surtidores, glicinas violáceas, húmedos hocicos de galgos, legiones de ángeles con sus alas en abanico, espejos, lluvias y cuanto refresca la mente, acogí la presencia del agua con la ansiosa inmovilidad de la raíz.
Entretanto el mozo se acercaba trayendo el agua desnuda, limpia, encogida en el balde como una doncella en su lecho apacible. Cuando llegó a las tinas el mozo hundió su vista de bestia cansada en la ternura del agua, que debía de estar soñando en el cielo azul y antes de que yo pudiera evitarlo levantó el balde y la arrojó con fuerza contra la pared. Una blanda estela de luz, torneada y móvil, intentó en el aire su milagro de hada. Pero se estrelló contra la dureza. El agua gritó de dolor y quedó atontada, con sus huesos molidos. Luego, como un pez fuera de la piscina, se removió agónicamente y fue aquietándose, dando saltitos cada vez más pequeños, hasta aflojarse en un estertor último. Quedó inerte, cubierta de colillas, de terrones, de basuras salidas abyectamente de los rincones y de las rendijas del patio. Y se deslizó flotante, como un cocodrilo muerto que sobrenada a la deriva llevando sobre sí la escoria del río.

 Enrique Anderson Imbert

(Córdoba-Argentina, 1910-2000)
Filósofo, docente, historiador, escritor, ensayista, crítico. Viviendo en La Plata, a los dieciséis años comenzó a publicar ensayos y cuentos en los periódicos de esa ciudad. Unos años después, en la ciudad de Buenos Aires publicó en La Nación, Sur, etc.
Dio cátedra en la Universidad Nacional de Cuyo y luego en la Universidad Nacional de Tucumán. En 1931 era editor de la sección literaria del legendario y socialista periódico platense “La Vanguardia”. Destituido de su cátedra en Tucumán por gobierno de Juan Domingo Perón, se fue a Estados Unidos becado por la Universidad de Columbia.
Se graduó de Profesor en Letras en 1940 y obtuvo el doctorado en 1945.
Enseñó en las universidades de Michigan, Princeton, Duke y Harvard. En Harvard se creó para él la cátedra y Literatura Hispanoamericana.
Es miembro de la Academia Argentina de Letras, de la Real Academia Española, la Sociedad Americana de Artes y Ciencias, la Academia Norteamericana de la Lengua, la Academia Chilena de la Lengua, la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico.
Entre otros títulos honoríficos ha recibido el de Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Artium Magistrum de Harvard University, Profesor Honorífico de la Universidad Henríquez Ureña de Santo Domingo, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Tucumán.
Sus cuentos mixturan de forma magistral lo fantástico y el realismo mágico.
Algunas de sus obras de narrativa podemos encontrar: Vigilia (novela), El mentir de las estrellas (cuentos), El gato de Cheshire (cuentos), El grimorio (cuentos), Las pruebas del caos (cuentos), El anillo de Mozart (cuentos).

6 comentarios:

  1. quiero hacer algunas pregunttas sobre el cuento se puede?

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    1. me suscribo a tu canal nose haria lo que sea pero dame un argumento=)

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    2. me suscribo a tu canal nose haria lo que sea pero dame un argumento=)

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    3. y los personajes,la epoca y el argumento

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