Aclaración

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lunes, 11 de enero de 2010

Propiedades de las sombras -Harryhaller-

Cuando la dirección del viento y la posición del sol coinciden de una forma que me está vedado revelar, las ramas del árbol de las sombras emiten un sonido similar al del océano. Es en ese momento en que ellas se desprenden de sus tallos y cubren el suelo con su manto oscuro.

El efecto solo dura unos instantes (el peso de una sombra es increíblemente leve), luego se levantan por el aire y caen en lugares muy diversos, se posan sobre los ojos de las viudas, se refugian bajo los parasoles de los veraneantes, o maquillan el pelaje de un leopardo.

Sobre la copa de uno de ellos anida una paloma cuya sombra nunca aprendió a volar, y permanece en la rama hasta que su dueña regresa.

Existe también en el oriente, un zoológico de ellas. En ese lugar los cisnes producen contra la pared, la figura de un humano ejerciendo movimientos con las manos y los brazos.

Los árboles caídos también la poseen, generalmente debajo de ellos. Yo sé de un Ombú derribado, en el medio de las pampas, cuya sombra aun se mantiene erguida, cobijando al peregrino en las tardes de calor y protegiendo de las lluvias los días que llueve con sol.

Ellas se comportan como quieren en lo oscuro, y sus formas no respetan el diseño original,la negra silueta de una aguja, es por ejemplo, de noche una mujer hermosa.

Cuando me estoy por dormir, y cuando nadie la ve, puedo percibir la de una mujer, que hace tiempo me olvidó. Llega, me abraza, y me susurra al oído que todavía me quiere.

Se que no es fácil creer lo que les cuento, tal vez estén tentados en pensar que están leyendo solamente la sombra de un texto que alguna vez escribí, o quizás (y es mas probable) un texto escrito por la sombra de un escritor que no existe.




 
 
Harryhaller, seudónimo de Gabriel G. Escritor nacido en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires.

Prometo mentir-Eride-

Azul rayos de sol sombras en el fondo.
Un bulto flota silencio lejos voces respirar angustia burbujas agua que entra por boca por nariz sale por los ojos cerrados pararla detenerla tratar de defenderse a manotazos caer espasmo despertar.

Otra vez el cuerpo sudado en medio de la noche.
Mira la libreta junto a la cama y duda. Ya dejó de escribir sus sueños. Es siempre el mismo sueño, ni siquiera es suyo.
Se levanta a tientas sale a la terraza enciende un cigarrillo. Debería dejar el cigarro, pero la ansiedad no la deja. Desde la terraza sólo ve oscuridad, hace tiempo dejó de encender las luces del jardín.

Acumula suficiente frío en el cuerpo y apaga el cigarrillo. Entra, enciende la luz pequeña junto a la cama. Sabe que ya no podrá dormir. Se acomoda, el calor del portátil sobre las piernas. Responde correos. Escribe consuelos a pedido. Lee cada caso y escoge palabras que reconforten ese dolor puntual. Luego, termina un discurso para la Fundación. Revisa los párrafos moviendo los labios, imaginando el mejor énfasis posible. Es buena con las palabras, siempre lo fue. En el colegio, en la universidad, blandía las frases justas. Era un juego. Ahora también lo es. Pasar el tiempo zurciendo dolores ajenos. Ella sabe. Podría mirar a cualquiera a los ojos y decir que ella entiende.

Amanece, revisa su horario, ducha, vestido, maquillaje frente al tocador. Se mira mientras aplica el delineador. Ya no llora, no necesita repetir la operación tres veces para ocultar huellas de llanto. Lo hace de memoria, ni siquiera toma tiempo para observarse en el espejo. Lleva su mano a la boca, a la frente, cierra los ojos. “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Mateo duerme.

Entreabre la puerta de la habitación. Siente la respiración constante que delata el sueño. Se dirige a la ventana y la abre para que entre el sol. Su boca sonríe, sus ojos olvidan hacerlo. Da los buenos días en voz alta, dice que afuera está bonito, que saldrán juntos. Lo lleva al baño, el agua de cada día. Luego, lo seca sobre la cama. Mira su piel y piensa cómo era de bebé. Se ve a sí misma, más joven y al pequeño sobre la colcha de elefantes azules. Besa sus pies diminutos, el pequeño ríe, el recuerdo de su risa satura el aire.
Mateo parece distraído. Ella nunca sabe hasta dónde está con ella mientras siguen la rutina diaria. Lo viste. “Es paciente y muestra comprensión”.
El amor. Caricias en el rostro, abrazos, juegos, caminatas, lecturas compartidas, mesas de domingo, miradas cómplices, palabras dulces. Nada. Está cansada por las horas sin dormir. Decide llamar a Sonia para que dé desayuno al niño. Sonia se las arregla muy bien. Al salir acaricia su cabeza.

La cabeza diminuta de Mateo que sobresale de la línea del agua. Los crespos de Mateo, sólo ellos. El rostro de Mateo no se ve. El silencio. Ella no grita, el aire va hacia adentro y las vías colapsan. La boca entreabierta y el silencio. Alguien corre, se lanza al agua, recoge al niño, lo saca. La fiesta sigue su curso en el comedor. Se oyen voces.
Ella desde el balcón mira el juguete que queda flotando a medias en la piscina.

“No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad”.

Años. La película se repite a saltos, a veces ve primero el juguete, a veces ella logra gritar, a veces corre, a veces intuye todo antes de que pase, a veces lo toma en brazos un momento antes de que salga hacia el jardín, a veces no hay fiestas, ni piscinas, a veces se marcha del país cuando aún no hay nada de eso en el horizonte.

Se lo entregaron en los brazos. Dieron múltiples explicaciones. Ella no supo. La mente se rebela: No es, no es él, mi pequeño se ríe cuando me ve me tira sus bracitos. La mirada en ese ser que respira. Mi perro también respira y él se alegra cuando me ve. Ojos que buscan otros ojos. Que habrá allá adentro. Llorar. Por qué lloro, ya no está, se murió, se fue, llévense esto. No pensar. Actuar. Volver a casa. Hacer lo que hay que hacer. “No se deja llevar por la ira y olvida lo malo”.

Un cuerpo que respira no es causal de entierro. Enterrar los sueños.

En el taxi repasa su discurso. Sostiene a Mateo entre los brazos para evitar que se golpee en un descuido. Hablará del amor ”nunca pasará” de los pequeños gestos que nos engrandecen como seres humanos. Será emotivo. Otros treinta, hombres y mujeres, verán en esas frases una esperanza nueva.

Tal vez puedan dormir por una noche.
Ella, la insomne, vive la promesa que hizo para sí.



Éride, seudónimo de Alejandra Troncoso. Escritora chilena; participó de la antología "Al diablo adentro".